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En el sueño que Santiago Nasar acaba de tener, plácida linero -su madre, experta en interpretar sueños ajenos- no ha advertido ningún presagio funesto. Pero a la madrugada, Santiago se encamina hacía una muerte segura. Ha pasado una noche de vino y mujeres, compartiendo el desenfreno y la risa con quienes serán sus verdugos. Ha asistido a las bodas de Ángela Vicario, la novia devuelta porque no ha llegado virgen al matrimonio y que ha dicho el nombre de santiago cuando han querido arrancarle la verdad. ¿La verdad? Los caminos del enigma se entrecruzan, inextricables. Pero ya hay algo resuelto - el crimen ritual, el reclamo de la honra. Y la muerte organiza una conspiración de silencios - todos saben el final inminente de Santiago, todos callan, enmudecidos por el temor, el desconcierto, el afán de venganza, la ilusoria certeza de que ya él está a salvo. El cronista bucea una y otra vez en el pasado, preguntándose por esa muerte y por tanto silencio. Si algo descubrirá, es que el mundo no es una realidad que pueda nombrarse, sino un misterio que nunca acaba de descifrarse. Y quizá vislumbre la cifra última de lo inexplicable en la presencia ferozmente familiar, remota y cercana a la vez, del mito que subyace en toda vida y toda muerte.